EN UN MINUTO
Por La Mano Negra
En la
página Tampico de mis Recuerdos que comanda el amigo Jonás Riverol, otro
compañero Luis Fuentes empezó a subir fotos de su infancia con su padre
ferrocarrilero. Máquinas de principio del siglo pasado, viejas juntas del
sindicato de ferrocarrileros, hombres éstos que forjaron el México pre
revolucionario y que paradójicamente, fue la Revolución y sus degradados
gobiernos posteriores quienes apuñalaron la industria de los rieles en el País
hasta el grado de casi desaparecer los otrora pomposamente FFCC Ferrocarriles
Nacionales. Recuerdo lo barato que era viajar a ciudad Victoria en el armatoste
de fierro, con sillones de madera, éramos chamacos y así nos llevaban a la
capital a competir en el Torneos Estatales deportivos, de esa manera llegué por
primera vez a la ciudad cueruda, en 1968 al estatal de basquetbol de infantil A
de la mano del amigo Ignacio Pollo García; años más tarde regresé en la misma
vía al Estatal de Voleibol Juvenil B bajo la férula del maestro Benjamín
Zapata; y la máquina seguía, pita, pita y caminando. Esta canción la aprendí en los viajes de Cerro Azul a
Tampico, cuatro horas en la odiosa brecha jarocha, cantando a capela con mis
hermanos, nos la enseñó Papá que la
entonaba muy bien, con más o menos 12 versos
que relatan un accidente ferroviario. La canción la remasterizó Oscar
Chávez cuando descubrió que podía ganar más dinero como cantante de trova que como actor
(Los Caifanes). Gran sorpresa cuando escuché esta melodía en boca del español
Juan Manuel Serrat. Indiscutible fan del
catalán, me encargué de grabársela a Mamá; pues todo es alrededor de los
ferrocarriles. Me da tristeza saber que ningún gobierno federal ha querido
retomar una de las pocas acciones buenas
de la dictadura porfirista que a base de líneas de tren conectó al país y le
dio circulación barata a mercancías y 

pasajeros. Todavía en los 80s. recuerdo
que podíamos aprovechar la corrida a
Monterrey y era baratísimo el envío.
En los setentas tuve oportunidad de hacer migas con don Oscar de la Rosa a la
postre administrador de la oficina de Ferrocarriles que está a un lado de las
tortas de la barda, allá por los mercados y que ahora es un museo. Don Oscar
muy amable y carismático, era presidente vitalicio de la Liga de Softbol de los
Burócratas y nos llevamos muy bien en mi
época de reportero. Me decía con voz de profeta: “me voy a jubilar y en pocos
años esto va a desaparecer”; todavía en 1983
subsistía la estación; ya como
abogado, ahí recogía a dos cargadores que me ayudaban en los cateos, eran el Chato, un gigante mulato de 1.95
metros y ojos verdes, ya era viejo pero tremendamente fuerte y su amigo, el que llevaba la voz cantante en
los “arreglos”, le llamábamos “Gonzalitos”, chaparrón, blanco, fuerte, de
bigotillo y muy amable. Buenos para cargar, en una ocasión subieron al segundo piso
de mi casa el piano alemán que me regaló mi madre, al Chato se le salían los
ojos en la escalera pero no se rajaron, así era el temple de los ferrocarrileros.
Mi abuelo paterno Pablo fue ferrocarrilero, se jubiló en Guadalajara. Conservo
aun el reloj de oro de bolsillo que me regaló en 1978; murió a los 94 años,
fuerte, entero, de niño me daba centavitos para gastar y yo le decía, abuelito,
esos ya no valen; él se quedó en su
época. Recuerdos quedan y no me explico
aún el por qué se desestima un transporte barato, ecológico, confiable, en estos
tiempos que el País necesita resurgir.
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