martes, 17 de febrero de 2015

EN UN MINUTO
Por La Mano Negra
LOS FERROCARRILES NACIONALES


                En la página Tampico de mis Recuerdos que comanda el amigo Jonás Riverol, otro compañero Luis Fuentes empezó a subir fotos de su infancia con su padre ferrocarrilero. Máquinas de principio del siglo pasado, viejas juntas del sindicato de ferrocarrileros, hombres éstos que forjaron el México pre revolucionario y que paradójicamente, fue la Revolución y sus degradados gobiernos posteriores quienes apuñalaron la industria de los rieles en el País hasta el grado de casi desaparecer los otrora pomposamente FFCC Ferrocarriles Nacionales. Recuerdo lo barato que era viajar a ciudad Victoria en el armatoste de fierro, con sillones de madera, éramos chamacos y así nos llevaban a la capital a competir en el Torneos Estatales deportivos, de esa manera llegué por primera vez a la ciudad cueruda, en 1968 al estatal de basquetbol de infantil A de la mano del amigo Ignacio Pollo García; años más tarde regresé en la misma vía al Estatal de Voleibol Juvenil B bajo la férula del maestro Benjamín Zapata; y la máquina seguía, pita, pita y caminando. Esta canción  la aprendí en los viajes de Cerro Azul a Tampico, cuatro horas en la odiosa brecha jarocha, cantando a capela con mis hermanos, nos la enseñó  Papá que la entonaba muy bien, con más o menos 12 versos  que relatan un accidente ferroviario. La canción la remasterizó Oscar Chávez cuando descubrió que  podía ganar más  dinero como cantante de trova que como actor (Los Caifanes). Gran sorpresa cuando escuché esta melodía en boca del español Juan Manuel Serrat.  Indiscutible fan del catalán, me encargué de grabársela a Mamá; pues todo es alrededor de los ferrocarriles. Me da tristeza saber que ningún gobierno federal ha querido retomar  una de las pocas acciones buenas de la dictadura porfirista que a base de líneas de tren conectó al país y le dio circulación barata a mercancías y 
pasajeros. Todavía en los 80s. recuerdo que podíamos aprovechar la corrida a  Monterrey y era baratísimo el  envío. En los setentas tuve oportunidad de hacer migas con don Oscar de la Rosa a la postre administrador de la oficina de Ferrocarriles que está a un lado de las tortas de la barda, allá por los mercados y que ahora es un museo. Don Oscar muy amable y carismático, era presidente vitalicio de la Liga de Softbol de los Burócratas y nos llevamos muy bien  en mi época de reportero. Me decía con voz de profeta: “me voy a jubilar y en pocos años esto va a desaparecer”; todavía en 1983  subsistía la estación;  ya como abogado, ahí recogía a dos cargadores que me ayudaban en los cateos,  eran el Chato, un gigante mulato de 1.95 metros y ojos verdes, ya era viejo pero tremendamente fuerte y  su amigo, el que llevaba la voz cantante en los “arreglos”, le llamábamos “Gonzalitos”, chaparrón, blanco, fuerte, de bigotillo y muy amable. Buenos para cargar, en una ocasión subieron al segundo piso de mi casa el piano alemán que me regaló mi madre, al Chato se le salían los ojos en la escalera pero no se rajaron, así era el temple de los ferrocarrileros. Mi abuelo paterno Pablo fue ferrocarrilero, se jubiló en Guadalajara. Conservo aun el reloj de oro de bolsillo que me regaló en 1978; murió a los 94 años, fuerte, entero, de niño me daba centavitos para gastar y yo le decía, abuelito, esos ya no valen;  él se quedó en su época. Recuerdos quedan y  no me explico aún el por qué se desestima un transporte barato, ecológico, confiable, en estos tiempos que el País necesita resurgir.




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